Mia nunca esperó que el repentino deseo de Ben de educar a su hija en casa revelara un doloroso secreto. Al principio, su entusiasmo parecía sincero: hablaba de libertad creativa, clases al aire libre y una vida más allá de las estrictas aulas escolares. Aunque con algunas dudas, Mia aceptó, confiando en su visión. Ella trabajaba muchas horas y él se ocupaba de la educación de su hija, o al menos eso creía ella.
Una tarde, Mia llegó a casa antes de lo habitual y oyó llorar a Lily. «Echo de menos a mis amigos», sollozaba la niña. Mencionó que Ben les llevaba regalos, algo de lo que Mia no sabía nada. Preocupada, Mia habló con Ben. Y entonces se supo la verdad: Ben había perdido su trabajo hacía unos meses. Al no poder pagar la matrícula, ocultó la verdad, ideó un plan de educación en casa y trabajó en secreto como mensajero, llevando a Lily con él.
Ben se derrumbó, avergonzado de su fracaso, pero Mia le recordó que eran un equipo. Utilizaron sus ahorros para volver a matricular a Lily en la escuela, donde se reunió felizmente con sus compañeros de clase. Ben encontró un trabajo estable en una tienda de comestibles, no era perfecto, pero era honesto. Por primera vez en mucho tiempo, comenzaron a reconstruir todo juntos y sin fingir.
Entre cenas tranquilas y risas compartidas, volvieron a encontrar su ritmo. Y una noche, Ben le susurró: «Gracias por quedarte». Mia le tomó de la mano y le dijo: «No eres un fracasado. Eres un ser humano». Porque el amor no es perfección, sino la capacidad de estar ahí, incluso en las situaciones más difíciles.
