La boda de Sofía en un pazo gallego: una historia que nació en la infancia y un ramo de margaritas en recuerdo a su abuela

Esta novia, que se casó con Fernando el pasado mes de junio, tenía clarísimo que el día que llegara el momento de caminar hacia el altar sería Flor Fuertes la encargada de crear su vestido.

Hay historias que parecen estar escritas mucho antes de que sus protagonistas sean conscientes. La de Sofía y Fernando empezó, literalmente, cuando ambos eran bebés: nacieron en el mismo edificio, crecieron cruzándose en el portal, se reencontraron en Vigo, en Madrid; compartieron veranos, fiestas y mil casualidades, hasta que acabaron construyendo una historia de amor que llevaba tiempo pidiendo convertirse en boda.

En el vestido de novia de Sofía también jugó su papel el destino. «Llevo toda la vida soñando que, si algún día me casaba, sería con un diseño de Flor Fuertes». Y acertó de pleno. Por eso, cuando llegó el momento, no hubo lugar a dudas sobre quién debía dar forma a ese sueño. «Además de que me encantan sus tejidos, siempre me ha fascinado su estilo. No podría estar más feliz con mi elección», afirma.

El vestido de novia: el sueño hecho realidad
El proceso de creación fue, según Sofía, «una experiencia preciosa de principio a fin. Tanto Flor como su equipo fueron absolutamente maravillosas: cercanas, profesionales y con una sensibilidad especial para hacerte sentir única». Esa cercanía fue clave para traducir en realidad todo lo que la novia tenía en mente.

Sofía tenía muy claro qué no quería y qué sí. No buscaba un vestido clásico al uso, pero tampoco un diseño con el que se sintiera disfrazada. El punto de partida con el que comenzaron a trabajar incluía un drapeado en la parte superior y una falda compuesta por distintos tipos de tejidos para que el vestido tuviera movimiento al caminar.

La elección de las telas fue fundamental, más aún teniendo en cuenta que Flor es una experta en la materia. Optaron por satén como base y una bambula de seda de esas que consiguen que el vestido parezca flotar a cada paso. Ese toque vaporoso afinaba la silueta y aportaba al look nupcial un aire etéreo y elegante.

Aun así, como les ocurre a tantas novias, Sofía también atravesó momentos de dudas. «¿Será realmente este EL vestido?», llegó a preguntarse. Esas inseguridades fueron desapareciendo a medida que avanzaba el proceso y se esfumaron por completo cuando llegó el gran día y se vio vestida de novia ante el espejo. No había nada que discutir: era su vestido, el único posible. Lo sintió en la iglesia, caminando hacia Fernando, y en cada una de las fotografías.

De hecho, ni siquiera contempló la opción de hacerse un segundo look nupcial, porque no le encontraba sentido. «Me gustaba demasiado como para cambiarlo. Es un vestido en el que trabajas casi un año y con el que sueñas toda la vida. Ya de por sí te lo pones poquísimo tiempo, ¡como para quitártelo antes de hora!», resume.

Accesorios con significado y un velo inesperado
Sofía nunca se había imaginado con velo; estaba convencida de que no iba con ella. «No me veía del todo, no quería sentirme “tan novia”». Sin embargo, cambió de opinión en el último momento. «Al final me animé… ¡Solo se vive una vez!». Lo confeccionaron con el mismo tejido del vestido, una bambula ligera que aportaba continuidad y movimiento. Fue una decisión improvisada, pero terminó siendo el detalle que redondeó un look nupcial perfecto.

Faltaban los zapatos, y eligió un diseño de Mango por pura practicidad. «No quería invertir demasiado en algo que era muy probable que acabase destrozado. De hecho, llevé unos planos para cambiarme, ¡y han quedado para tirar!».

En cuanto a las joyas, Sofía apostó por la discreción y el simbolismo. Quería respetar el escote limpio, sin collares, así que únicamente llevó los pendientes que le regalaron sus suegros por la pedida y una pulsera muy especial: «Era la pulsera que mi abuelo le regaló a mi abuela por su pedida, grabada con la fecha 24 de junio de 1964». El broche final fue el anillo con el que Fernando le pidió matrimonio.

Pero si hubo algo que emocionó a todos, fue su ramo. Un homenaje directo a su abuela, fallecida pocos meses antes de la boda y a quien Sofía consideraba su «persona favorita en el mundo». Eligió la flor que llevaba su nombre. «Como ella, Margarita», recuerda. Un ramo frondoso, atado con una cinta verde que tampoco fue casual, porque en realidad era un retal de la tela del vestido que su abuela iba a llevar el día de su boda, el mismo diseño que lució también en el enlace de los padres de Sofía. Una manera preciosa de llevarla cerca en un día tan importante. Lo creó Yago, de Susi Flor, igual que toda la decoración de la boda, «y fue un sueño», asegura.

Su look beauty terminó de rematar el conjunto: natural, limpio, muy ella. María y Jenny, de Mara Costas, que la conocen desde que era pequeña, se encargaron del peinado y el maquillaje. «Siempre les digo lo mismo: como si me lo hubiese hecho yo en casa, no quiero laca ni cosas que me disfracen». Y cumplieron: un moño bajo ligeramente suelto y un maquillaje fresco que dejaba ver a Sofía tal y como es.

Destinados a encontrarse
Es complicado hablar de casualidad cuando dos personas nacen prácticamente a la vez y sus caminos se cruzan durante casi tres décadas. «Nacimos en el mismo edificio. Mi madre estaba embarazada de mí mientras él iba en el carrito con la suya. Por lo visto, coincidimos en muchas subidas y bajadas de ascensor», cuenta.

Después cada uno siguió su vida, coincidiendo de vez en cuando en Vigo o en Madrid, donde ambos estudiaron, en las fiestas de verano en casa de Fernando… Dos trayectorias que avanzaban en paralelo hasta que un día se unieron en el mismo punto. Un cruce que deja de sorprender cuando miras atrás y ves cómo siempre habían estado orbitando alrededor del otro. «Hace algo más de dos años y medio empezamos a hablar de otra manera y… ¡surgió el amor!».

Fue una historia de amor sencilla e inevitable, hasta el punto de que, año y medio después, en mayo de 2024, Fernando le pidió matrimonio durante un viaje a la Provenza.

Una ceremonia en Baiona y un pazo sorprendente
Sofía y Fernando se casaron el 28 de junio de 2025 en la Colegiata de Baiona, una joya románica situada en el casco histórico de esta villa marinera pontevedresa. Desde las cinco de la tarde, hora a la que comenzó la ceremonia, Lorena Cendón y Veinticuatro Fotogramas se encargaron de capturar cada emoción del día.

Tras el «sí, quiero», todos se trasladaron al Pazo de Pegullal, una elección que resultó ser un acierto total por el factor sorpresa que suponía. «El 99% de nuestros invitados nunca había estado en ese Pazo, y de verdad impresiona por lo bonito que es».

Un escenario imponente, casi de cuento, donde Cousa Rica sirvió exquisitos aperitivos acompañados de cócteles frescos que sentaron de maravilla en el recién estrenado verano gallego. A ello se sumó la música en vinilo de Koko, que marcó el ritmo perfecto y elevó el ambiente festivo. La cena se celebró al aire libre –algo casi milagroso en Galicia– y fue, según muchos, una de las partes más especiales de la jornada.

Solla, todo un referente de la gastronomía, fue el responsable del catering. ¿El plato principal? Su merluza de Celeiro, cómo no. Durante el postre, la hermana de Sofía leyó un discurso que «logró llegar al corazón de todos y arrancar más de una lagrimita», y la guinda la puso Fernando, que sorprendió a su ya esposa con unos fuegos artificiales que iluminaron el pazo. «Fueron un sueño», reconoce ella.

Otro momento que la novia siempre recordará con una sonrisa fue el baile con su padre. «No habíamos ensayado nada porque él se negaba… y ya entendí por qué», bromea. Sacó sus famosos “pasos prohibidos” y terminó convirtiéndose en uno de los episodios más divertidos de la noche.

Después llegó la actuación de Villaboy, que mantuvo a todo el mundo entregado hasta el último minuto. «La gente alucinó, fue de lo que más se habló al día siguiente», recuerda Sofía. El DJ Javi Méndez cerró la fiesta, manteniendo la pista llena hasta las cinco de la mañana. «Jamás imaginé que habría tanta gente todavía allí dándolo todo», admite aún sorprendida.

Decoración única en un entorno idílico
Prescindieron de wedding planner y fue la propia Sofía quien tomó las riendas de los preparativos. «Prácticamente lo hice todo yo. Nos casamos 14 meses después de prometernos, así que tuve tiempo de sobra para organizarlo. Además, es algo que me encanta; creo que mi profesión frustrada es organizadora de eventos», confiesa.

La decoración fue uno de los temas más comentados del enlace. Todo estuvo en manos de Yago, de Susi Flor, quien supo conectar con Sofía desde el primer momento. «Es maravilloso, además de un profesional como la copa de un pino», afirma. Aunque hicieron cambios hasta el último día, Sofía decidió confiar plenamente en él. «Le dije: “Yago, vete allí y haz lo que puedas”. Y, de verdad, fue espectacular».

La papelería, diseñada por ByBenso, remató el conjunto con un seating plan impresionante que acaparó todas las miradas.

Después de haberlo vivido y ahora, viéndolo con perspectiva, Sofía aconseja a otras novias «que disfruten, porque pasa volando». Al principio se sintió desbordada por la organización, los correos, los contratos y las reservas. «Me ahogaba en un vaso de agua», reconoce. Pero hoy sabe que todo ese proceso formó parte del mejor viaje de su vida. «Miro hacia atrás y lo repetiría una y otra vez».

La boda de Sofía en un pazo gallego: una historia que nació en la infancia y un ramo de margaritas en recuerdo a su abuela
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