Eva nunca pensó que un perro causaría tanta tensión en su familia. Cuando Tamás y Lajos fueron a la tienda de animales, estaba completamente segura de que volverían a casa con un perro pequeño y bonito. Un caniche, un yorkshire terrier, algo que se ajustara a sus ideas, algo con lo que pudiera pasear orgullosa por la calle.

Pero cuando regresaron por la noche y Eva vio en un rincón a un perro tembloroso, flaco y sin raza, al que su hijo abrazaba con alegría, inmediatamente sintió que se había producido un gran malentendido.
«¡¿Qué es esto?!», exclamó, dejando caer el bolso. «¡Tamás! Te pedí un perro de raza y has traído uno del refugio… uno como este…».
El perro se acurrucó asustado en el suelo, como si supiera perfectamente que se referían a él.
—¡Mamá, es la única que nadie quería! —lloró Lajos—. Todos pasaron de largo… ¡pero yo no podía dejarla allí! Ella me miró y supe que tenía que llevármela a casa.
Eva miró al perro con desdén.

—¿Y qué les diré a mis amigos si me preguntan de qué raza es? ¡No se puede salir en público con un perro así!
Tamás suspiró profundamente y acarició el hombro de su hijo.
—Eva, no es un accesorio de moda. Es un ser vivo al que le estamos dando la oportunidad de tener una vida mejor.
Pero Eva no quería escuchar nada de eso. Estuvo toda la noche enfurecida. ¿Cómo había podido pasar? ¿Cómo era posible que su vida perfecta dependiera ahora de un perro sin raza?
Daba vueltas en la cama hasta que se le ocurrió un plan.
Un plan silencioso
Cuando todos se durmieron por la noche, Eva se levantó en silencio. Miró el reloj: era la una y media de la madrugada. Tamás dormía profundamente a su lado, y el silencio de la casa le ofrecía la oportunidad perfecta para llevar a cabo su plan.
Con cuidado, se acercó al salón, donde el perro estaba acurrucado en una manta y dormía. En cuanto se acercó, el perro levantó la cabeza y en sus ojos marrones brilló la esperanza. Solo un gesto… solo tenía que coger la correa y salir con él por la puerta. El refugio estaba a solo diez minutos de allí.
Pero entonces, a sus espaldas, se oyó una voz suave y somnolienta.
—¿Mamá…?
Eva se quedó paralizada. En el pasillo estaba Lajos, en pijama y con los ojos somnolientos.
—¿Qué estás haciendo?

Eva retiró rápidamente la mano de la correa.
—Solo… solo estaba comprobando que estuviera bien.
Lajos se acercó lentamente y se sentó junto al perro, que inmediatamente se acurrucó contra él.
—Ella me eligió, mamá. ¿Sabes? Cuando entramos en el refugio, todos los perros ladraban, saltaban… y ella solo me miraba en silencio. Como si supiera que yo era su oportunidad.
Eva sintió un nudo en la garganta. Miró a su hijo, que acariciaba tiernamente a la perra, y de repente se le ocurrió una idea.
Un viejo recuerdo
De niña, ella también había tenido un perro. Un pequeño perro blanco sin raza que su abuelo había rescatado de la calle. En aquel entonces no entendía por qué ese perro era tan especial, pero recordaba el día en que lo perdió. El dolor… el vacío que dejó.
Y ahí estaba su propio hijo, cuyos ojos brillaban con el mismo amor. Si ella le quitaba ese perro… ¿cuánto la odiaría?
En ese momento, Lajos habló en voz baja.
—¿No te la vas a llevar, mamá?
Eva suspiró.
—Si se queda… hay que ponerle un nombre.

Los ojos del niño se iluminaron.
—¿Qué tal «Esperanza»? Porque acaba de recibir una segunda oportunidad.
Eva miró a la perra, que tímidamente puso una pata sobre su mano, como si también sintiera el cambio.
—Nadezhda… Creo que ese nombre le queda bien.
Y en ese momento Eva comprendió que no solo la perra había encontrado un hogar esa noche, sino que ella misma había descubierto una nueva forma de amor.