La era de la imagen digital nos ha enseñado que la pantalla no es la realidad. Las sonrisas de los monarcas, las posturas aplomadas, los gestos impecables son sólo una cáscara. La pareja que el mundo consideraba ejemplar es ahora cuestionable. Guillermo y Kate parecían la encarnación exacta de la esperanza de una monarquía estable: tranquilos, aplomados, serenos. Pero detrás de esta fachada, los signos de drama personal se abren paso cada vez más.

Las primeras señales de alarma aparecieron en 2007. Entonces Guillermo, sin molestarse en reunirse, rompió relaciones con Kate por teléfono. Ella se marchó. Volvió seis meses después… y perdonó. La boda de 2011 no fue la coronación del amor, sino un compromiso. Hubo rumores de un acuerdo prenupcial: Guillermo, libertad; Kate, estatus y estabilidad. Transparente, provechoso, racional. Pero no sincero.

Los episodios recurrentes no son casualidad. En 2007, Kate atraviesa una ruptura y Guillermo es fotografiado en un club con otra. En 2014, acude al cumpleaños de la ex, pese a la protesta de su esposa. En 2017- vacaciones en los Alpes, chicas, fotos. Al mismo tiempo en casa Kate — con un bebé en brazos. Estas «despedidas de soltero» se convirtieron en una rutina. Y exteriormente todo seguía igual: sonrisas, protocolo, una familia ideal.

La llegada de Rose Hanbury, amiga de Kate, cambió el tono. Rumores de una relación con el príncipe, insinuaciones de embarazo, su exclusión del círculo íntimo. Luego, una calma repentina. Pero no por desmentidos, sino gracias a los abogados de palacio. Eso es lo que explica el silencio: la prensa ha sido silenciada.

La comparación con Harry y Meghan reforzó el contraste. Aquellos eran animados, abiertos. Kate y Guillermo estaban congelados. Cuando Harry se fue, la pareja «correcta» volvió a ser la cara de la monarquía. Pero todo eso cambió a principios de 2024.

Kate desapareció. El palacio permaneció en silencio. Luego llegó la noticia de la enfermedad. Oncología. Quimioterapia. Una declaración pública hecha con palabras ajenas. Un vídeo — seco, ordenado. Su voz es apenas audible. ¿Y William? En público — sin emociones. Sonrisas, actividades, cortesía. Pero no se le ve cerca.

Todo lo que antes parecía fiable ahora parece indiferente. Sin apoyo, sin implicación. Es como si hubiera desaparecido de su vida. Y el silencio entre ellos se ha vuelto aterrador. El año pasado, todavía aparecían juntos. Este año, ella se ha ido. Y él se quedó en el mismo papel, pero solo.

Lo que lleva a la pregunta: ¿Es esto un contrato, donde cada uno cumple su parte? ¿O sólo un vacío donde ya nadie finge? Tal vez fue Kate la que mantuvo todo unido. Su determinación, su esfuerzo. Cuando ella enfermó, el diseño falló. Y estaba claro: William solo no podía hacerlo.

¿El final? No habrá uno. No porque sea imposible, sino porque esta no es una historia sobre el final. Es sobre observar a gente que ha sido convertida en símbolos. Y cuando empezaron a comportarse como gente corriente, sentimos rabia por la pérdida de la ilusión.