La historia de una familia que escapó en globo aerostático del Telón de Acero, pasando por encima de los guardias fronterizos.

Dijo adiós a su carrera deportiva al ser expulsado de las competiciones internacionales. Todo aquello por lo que había luchado quedó destruido.

Cada cual percibe a su manera lo que ocurrió en el siglo XX en los países socialistas. Pero una cosa está clara: nadie puede encerrar a una persona así como así.

Sin embargo, por alguna razón, el campeón de ciclismo Robert Hutyra se saltó esta norma. El famoso atleta checoslovaco simplemente perdió la oportunidad de participar en competiciones internacionales. Decidió abandonar el país junto con su familia. O mejor dicho, volar en globo aerostático.

Robert Gutyra es un ejemplo de coraje y determinación. Un chico corriente de un pueblo de provincias salió al mundo y se convirtió en miembro del equipo nacional. Sus resultados fueron tan excelentes que en 1970 le invitaron a trabajar a Canadá. Era un contrato de seis meses.

Se fue, fingiendo que no había recibido una carta de funcionarios checoslovacos que le prohibían salir del país. A su regreso, le confiscaron el pasaporte. Le dejaron claro que no podía participar en competiciones internacionales.

Los servicios secretos ofrecieron a Robert el papel de chivato a cambio de su libertad. Querían que denunciara a otros deportistas. Gutyra anunció el fin de su carrera y rechazó el trato.

Su familia quedó en la miseria. La reputación se resintió, y no sólo afectó a Robert, sino también a su familia. Gutira pensó en huir del país cuando no quisieron llevar a su hija a una escuela normal.

Un día, en la televisión, Robert vio un reportaje sobre familias que habían conseguido escapar de la RDA. Eligieron una forma muy inusual: volaron en un globo aerostático.

Slovak recordó la historia. Y decidió hacerla realidad. Pero se dio cuenta de que la frontera está muy bien vigilada, así que no sería fácil. Sin embargo, escapar por aire era la única opción para salir de Checoslovaquia. Es cierto que Gutyra no sabía en absoluto dónde podía conseguir un globo y cómo manejarlo.

Sin embargo, se interesó por el tema y leyó todos los libros de la biblioteca sobre globos. Había visto una docena de veces una película en la que se mostraba un quemador. Memorizó todos los detalles para poder poner en práctica su plan. Incluso consiguió unos cientos de metros de tela elástica de la fábrica, tirada en la sección de botes.

Robert gastó mucho dinero en su primer intento. Podría haberse comprado un coche. Pero algo salió mal.

Salió el segundo globo. Mi mujer pasó noches en el sótano cosiéndolo a partir de un patrón que Robert había hecho él mismo. Fue muy difícil. Tenía unos 20 metros de alto y 17 de ancho. Planeaban hacerlo de noche en 1983.

Simplemente se avisó a los conocidos de que planeaban mudarse. Se lo contaron todo justo el día antes de la huida, para que nadie desvelara el secreto. Robert acercó el globo a la frontera austriaca y lo llenó de ramas.

A las 11 de la noche, la familia se sentó en una cesta autodestruida que Robert reforzó con metal. Le preocupaba que los guardias fronterizos empezaran a dispararles. Sólo llevaban dos bolsas y una bicicleta. Esta última sustituía al ancla.

Volaron durante unos 55 minutos, y entonces el quemador dejó de arder. El globo empezó a hundirse. Sin embargo, Gutyra sustituyó rápidamente la bombona de gas para recuperar altura.

Los guardias fronterizos vieron el extraño objeto en el cielo bastante tarde. Empezaron a disparar, pero no se molestaron mucho. No se dieron cuenta de lo que era y decidieron que el objeto volador no suponía ningún peligro para el país.

Tuvieron que aterrizar de noche para que no les llevaran de vuelta. Tuvieron mucha suerte de detenerse en un lugar llano y no chocar contra un tendido eléctrico.

El aterrizaje fue bastante duro, pero no hubo heridos. Acabaron en el pueblo de Falkenstein (Austria). Allí vivían no más de mil personas.

Entonces empezó una nueva vida para ellos. La familia se trasladó a Estados Unidos. Gutyra trabajó en una obra, pero no se olvidó del ciclismo. Sin embargo, nadie le ofrecía participar en competiciones.

Hace unos años, él y su mujer se trasladaron a la República Checa. Ahora tiene unos 80 años. Mucha gente en su país natal lo conoce, y él nos cuenta entusiasmado que no se arrepiente en absoluto de su huida.

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