Vivió infidelidades, alcoholismo, abortos espontáneos y el escándalo de Chappaquiddick, uno de los episodios más controvertidos de la historia política de Estados Unidos, todo ello bajo la presión de representar el matrimonio perfecto.

En las últimas horas, Steve Kerrigan, presidente del Partido Demócrata de Massachusetts, ha confirmado el fallecimiento de Joan Kennedy a los 89 años, mientras dormía en su casa de Boston. Joan fue una de las últimas supervivientes de la era dorada —y trágica— en la que los Kennedy dominaron la política estadounidense como una auténtica dinastía. Como esposa del senador Ted Kennedy, convivió con el esplendor y el drama de una familia marcada por la ambición, la tragedia y el deber público.

Desde su llegada al clan en 1958, cuando se casó con el menor de los hermanos Kennedy, Joan fue testigo directo de los asesinatos de sus cuñados John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos, y Robert F. Kennedy, senador y candidato presidencial. Pero también vivió su propio calvario: infidelidades, abortos espontáneos, alcoholismo y el escándalo de Chappaquiddick, que puso fin a las aspiraciones presidenciales de su marido y la marcó de por vida. Todo, bajo la exigencia de mantener la apariencia de perfección que caracterizaba a la familia.

La joven que entró en una familia de poder
Virginia Joan Bennett, su nombre de soltera, nació el 2 de septiembre de 1936 en Nueva York y creció en el acomodado suburbio de Bronxville. Hija de un ejecutivo publicitario y una madre apasionada por la costura, Joan fue una niña aplicada, sensible y amante de la música. Destacó como pianista y llegó a colaborar con distintas organizaciones benéficas infantiles.

Estudiante en una universidad católica, conoció a Ted Kennedy a través de su hermana Jean Ann Kennedy. Con apenas 22 años, y entre dudas, se casó con el joven abogado, que entonces tenía 26 y sentía la presión de formar su propia familia perfecta para continuar el legado político diseñado por su padre, Joseph P. Kennedy.

Aunque nunca se sintió atraída por la política, Joan se vio arrastrada por el engranaje de una dinastía que cultivaba la imagen de familia ideal. Cuando Ted fue elegido senador en 1962, su vida privada quedó permanentemente expuesta al escrutinio público.

La tragedia y el escándalo
Tras los asesinatos de John y Robert, el peso del apellido recayó sobre Ted, quien empezó a mostrarse menos discreto respecto a sus excesos y sus infidelidades. Según The New York Times, el deterioro emocional y la adicción al alcohol afectaron también a Joan.

El punto de no retorno llegó en 1969, con el escándalo de Chappaquiddick. El 18 de julio de aquel año, Ted Kennedy conducía su coche en la isla de Chappaquiddick (Massachusetts) cuando el vehículo cayó desde un puente al agua. Le acompañaba Mary Jo Kopechne, exsecretaria de Robert Kennedy, que murió ahogada. Ted logró salir, pero tardó casi diez horas en informar del accidente. Aunque fue condenado por abandonar el lugar, nunca se realizó una investigación completa.

Joan, embarazada y en reposo tras varios abortos espontáneos, fue presionada para acompañar a su marido al funeral de Mary Jo y a las comparecencias judiciales. Incluso fue ella quien dio personalmente el pésame a la familia Kopechne, cumpliendo así el papel de esposa perfecta que el equipo del senador quería proyectar. Poco después perdió al bebé que esperaba. “Fue entonces cuando me convertí en una auténtica alcohólica”, reconoció años después en una entrevista con el escritor Laurence Leamer, autor de The Kennedy Women.

El caso de Chappaquiddick alimentó la leyenda de la maldición de los Kennedy y hundió cualquier posibilidad de que Ted alcanzara la presidencia. Para Joan, significó el comienzo de una larga batalla contra el alcoholismo y la exposición pública.

La vida después del clan
Pese a tres abortos espontáneos, el matrimonio tuvo tres hijos: Kara, Edward Jr. y Patrick. Kara fue productora de televisión y falleció en 2011 tras un infarto; Edward es abogado y político, sobreviviente de un cáncer infantil; y Patrick fue congresista por Rhode Island y un firme defensor de la salud mental.

Joan y Ted se divorciaron en 1982, tras años de crisis y campañas políticas. Posteriormente, ella habló abiertamente de su rehabilitación y de la necesidad de romper el silencio en torno a las adicciones femeninas, un tabú en su época. Participó en programas de ayuda y en iniciativas de salud mental, aunque, según señalan los obituarios, nunca logró superar del todo su dependencia del alcohol. La causa exacta de su muerte no ha sido revelada.

El precio de ser una Kennedy
En vida, Joan fue retratada por los medios como “la más bella de las esposas Kennedy”, un título que simbolizaba tanto su atractivo como la carga de su papel. Su destino reflejó el de muchas mujeres del clan: guardianas del mito, sometidas al escrutinio público y sacrificadas en nombre de la apariencia.

La maldición del mito
De origen irlandés, los Kennedy llegaron a Estados Unidos en 1849 y con el tiempo se convirtieron en una de las familias más influyentes del siglo XX. Pero su historia estuvo marcada por tragedias: desde la lobotomía de Rose Marie Kennedy en los años cuarenta, hasta la muerte por ahogamiento de Maeve McKean y su hijo en 2020. Y, por supuesto, los episodios más dolorosos: los asesinatos de John F. Kennedy (1963) y Robert F. Kennedy (1968), y el accidente aéreo de John John Kennedy y Carolyn Bessette (1999).

Poder, magnetismo, belleza y tragedia: los Kennedy parecían intocables, en parte porque dominaron el arte de controlar lo que se mostraba y lo que se ocultaba. Joan Kennedy fue una pieza esencial en esa maquinaria. La última esposa que sostuvo el mito… y que pagó, en silencio, el precio de mantenerlo.


