Nadie sospechaba que esta pequeña niña, que vendía en el mercado, se convertiría un día en una actriz de fama mundial.
Familia pobre, hermanos, hermanas, siempre ocupada buscando una oportunidad para ganar un céntimo más mamá, comerciando en el mercado para ayudar de alguna manera a su madre, estatura y delgadez: eso es todo lo que se puede decir de quien luego su juego eclipsó a muchos de sus contemporáneos y olvidó para siempre el ofensivo apodo infantil de «polaco».
A pesar del pesimismo de su madre y de las burlas de sus hermanos, la joven de dieciséis años decidió intentar salir de la pobreza presentándose a un concurso de belleza. Sus proporciones de modelo le daban esperanzas de que las cosas cambiarían a mejor y ésta era una oportunidad.
Tras el concurso, empezó lo que Sophie soñaba: rodar en películas, mudarse a Roma, una vida totalmente nueva y un nivel en ella.
Carlo Potti creó de ella a la mismísima Sophia Loren, que conquistó primero a todos los hombres de Italia y luego al mundo entero. La actriz se convirtió en un modelo de feminidad y belleza, pocas de sus colegas femeninas no trataron de imitarla, pero por su parte no era más que imitación.
De los años cincuenta a los setenta Sophia Loren brilló en las pantallas de cine, sus papeles no sólo eran perfectos en su ejecución, iban más allá de la perfección, lo que hizo de la actriz una estrella única que conocemos.
A sus ochenta y nueve años, Sophia Loren recuerda los focos y los objetivos de las cámaras con una ligera sonrisa, todo a su tiempo. Ella no está desanimado por la vejez, por el contrario, la abuela disfruta jugando con sus nietos y todavía ama la vida.