«Para nuestra querida madre»: emotiva dedicatoria de Kate Middleton a la Princesa Diana el día en que habría cumplido 64 años. En la tranquila tarde del 1 de julio, bajo la suave luz dorada de un atardecer de verano, el palacio de Kensington fue un lugar que se recordará en la historia real, no por su grandeza, sino por su sincera y desgarradora intimidad.
El acto, celebrado en los jardines a la luz de las velas del palacio que un día fue el hogar de Diana, fue organizado por la familia real para conmemorar el que habría sido el 64 cumpleaños de la princesa Diana. Familiares cercanos, un selecto grupo de amigos y músicos se reunieron para honrar a una mujer cuyo legado sigue definiendo la esencia de la monarquía.

Pero el momento más memorable de la velada no fueron los arreglos florales de rosas blancas, las flores favoritas de Diana, ni el cuarteto de cuerda que interpretó sutilmente Pie Jesu y Ave Maria. Fue Catalina, Princesa de Gales.
Vestida con un vaporoso vestido color crema y el pelo suavemente rizado cayéndole suelto sobre los hombros, Kate Middleton se acercó a un piano de cola blanco situado en el centro del escenario del jardín. La suave luz de las linternas se reflejó en sus ojos cuando se sentó y sus dedos tocaron ligeramente las teclas, no para tocar, sino para hablar.
No levantó la voz. No leyó un guión. Simplemente miró a las estrellas, donde sin duda reside el recuerdo de su difunta suegra, y susurró:
«Esto es por nuestra querida madre, a la que siempre hemos querido». Aunque los niños nunca conocieron a su abuela… la querían».
Le temblaba la voz.
Por un momento, el tiempo se detuvo. El público, entre el que se encontraban su marido, el príncipe Guillermo, y sus tres hijos, el príncipe Jorge, la princesa Carlota y el príncipe Luis, se quedó en silencio. Incluso el aire pareció detenerse.
No era sólo un homenaje. Era un puente: de una generación de la realeza a otra, de una mujer cuya vida se truncó demasiado pronto a unos nietos que sólo saben de ella a través de historias, fotografías y la fuerza silenciosa que su madre da a su memoria.
Los observadores notaron que Charlotte apretaba un poco más la mano de Guillermo y que Jorge se limpiaba la mejilla. Detrás de ellos, un gran retrato de Diana brillaba suavemente en la noche, rodeado de velas y mensajes escritos a mano por admiradores de todo el mundo.
El breve pero sincero mensaje de Kate se había extendido mucho más allá del jardín.

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El momento recordó a muchos la vulnerabilidad y el coraje de Diana, cualidades que Kate encarna a su manera, especialmente en los últimos meses, cuando se somete a tratamiento y se recupera de problemas de salud. Actuar esa noche, en ese lugar, no sólo fue un acto de valentía, sino también profundamente simbólico.
Poco después se reanudó la música. Un joven coro de sopranos interpretó una suave versión de «Candle in the Wind». Pero fueron la voz temblorosa de Kate y sus 20 palabras en voz baja las que causaron mayor impresión: «Aunque los niños nunca conocieron a su abuela… la querían».
Fue un susurro a través del tiempo. Una nuera hablando en nombre de una mujer a la que nunca conoció de verdad, pero cuyo legado ayuda a mantener cada día. Una madre explicando a sus hijos lo que las palabras no pueden describir. Una futura reina que mantiene vivo el recuerdo de la «princesa del pueblo».
Y en algún lugar del silencio, mientras la luna se alzaba sobre el palacio de Kensington, parecía que Diana -siempre joven, siempre aburrida- estaba escuchando.