Era una tarde cálida y tranquila, de esas en las que puedes tomarte un respiro y disfrutar del momento. Estaba en un campo, apoyada en el camión, sintiendo la brisa en el pelo, y pensé que sería divertido enviarle a mi marido una foto rápida. Algo normal, nada especial. El camión se veía bien entre los árboles y pensé que él apreciaría el paisaje.
Hice la foto de pie junto al camión y la envié sin pensarlo mucho. Era sólo un momento, una forma de compartir una parte de mi día.
Pero cuando la respuesta llegó casi al instante, no era en absoluto lo que esperaba.
«¿Quién es el del reflejo?».
Parpadeé confusa. «¿Qué reflejo? respondí, sintiendo un nudo en el estómago.
«La ventana trasera. Hay alguien ahí», respondió, con palabras más serias de lo que esperaba.
Se me aceleró el corazón. Volví a abrir la foto y amplié la ventana trasera del camión, estudiando su reflejo. Al principio pensé que se había equivocado, que tal vez era sólo el resplandor del sol o un árbol en la distancia. Pero cuando miré más de cerca, se me revolvió el estómago. Justo detrás de mí había una figura, tenue pero innegablemente presente.
La imagen no era nítida, pero el contorno era lo bastante definido: una figura masculina que llevaba un sombrero que proyectaba una sombra sobre su rostro. El sombrero. Me quedé sin aliento al reconocer la forma familiar. Era exactamente igual que el sombrero que solía llevar mi ex novio, sin el que nunca iba a ninguna parte.
Mi mente iba a mil por hora, tratando de entender lo que estaba pasando. ¿Cómo es posible? Estaba solo cuando hice la foto, ¿no? No vi a nadie alrededor. El campo estaba vacío, solo el camión y yo. Pero el reflejo no me engañó. Había alguien lo suficientemente cerca como para estar en la ventana, y empezaba a parecerme imposible de explicar.
Escribí rápidamente una respuesta, intentando hablar con calma. «Seguro que es un truco de la luz, tal vez un árbol o algo así. Estaba sola».
Pero ya podía sentir cómo cambiaba su tono al responder. «No parece un árbol. Parece uno».
Me quedé mirando la pantalla, con los dedos congelados. No hacía falta que me lo explicara. Sabía exactamente a quién se refería. A mi ex. El hombre con el que rompí hace mucho tiempo, eso creía.
De repente me encontré dudando de todo. ¿Había pasado algo por alto? ¿Podría haber estado cerca y yo no haberme dado cuenta? ¿O se trataba simplemente de una terrible coincidencia, un momento de mala suerte capturado en una fotografía que ahora parecía imposible de explicar?
Cuanto más miraba la fotografía, más se reflejaba en mi mente. La pose, el sombrero… todo me resultaba demasiado familiar y, por mucho que intentara convencerme de lo contrario, la posibilidad me carcomía. ¿Y si realmente era él? ¿Y si por alguna extraña coincidencia estaba allí ese día?
Las sospechas de mi marido iban en aumento, y podía sentirlo en cada mensaje que me enviaba. No quería dejarlo pasar, y no podía culparle. Desde su punto de vista, parecía que me había hecho una foto con otra persona acechando entre bastidores. Alguien de mi pasado.
Intenté llamarle, quería tranquilizarle, explicarle que sólo había sido un malentendido. Pero incluso mientras hablaba, la duda era audible en mi voz. Me escuchó en silencio, con su confianza en mí claramente quebrantada. «No lo sé», dijo finalmente, con voz distante. «Este reflejo no parece una coincidencia».
Después de colgar, me quedé en silencio, mirando la foto en mi teléfono. Lo que se suponía que era una inocente instantánea de mi día se había convertido en algo mucho más oscuro, una cuña de duda que ninguno de los dos podía ignorar. Aquel pequeño reflejo, apenas visible, se convirtió en un fantasma del pasado que tiraba de mí hacia el lugar que creía haber dejado atrás.
En los días siguientes, la relación entre nosotros parecía tensa, distinta. Por mucho que intentara explicarle que estaba sola, la imagen de aquella figura en el reflejo nos perseguía a ambos. Era como si aquel momento, aquel detalle fugaz en la ventanilla trasera, hubiera abierto una puerta que no podíamos cerrar. Una puerta al pasado, a preguntas de las que mi marido no podía desprenderse y a una confianza que ahora parecía frágil, pendiendo de un hilo.
El reflejo, tan pequeño y fácil de pasar por alto, lo ensombreció todo. Y, de repente, lo que debería haber sido una fotografía más fue el comienzo de algo que ninguno de nosotros esperaba.