Mi novia dejó a mi perro en el refugio mientras yo estaba en el trabajo y cuando fui a buscarlo, ya no estaba.

Cuando entré en el orfanato y lo vi — un joven patu de cuatro meses, al que le faltaba un ojo y una pierna — supe que estaba hecho para mí. En aquel momento, estaba en el fondo de mi vida. La trágica pérdida de mis padres en un accidente de coche me había destrozado tanto que había intentado suicidarme dos veces. Elegirle a él no era simplemente aceptar un perro; era hacer un pacto entre dos almas, cada una incompleta, pero que juntas se volvían completas. Le llamé Frankie, y desde ese día fuimos inseparables.

Frankie era algo más que una mascota; era mi salvación, mi ancla en una tormenta interminable. Llenó el vacío dejado por la muerte de mis padres con su amor y devoción incondicionales. Sabiendo que su presencia siempre estaría en mi vida, instalé cámaras en casa para mantenerme en contacto con él y asegurarme de que siempre tuviera comida y agua si mi trabajo me mantenía ocupada.


Le encantaban las golosinas, las caricias y cualquier forma de afecto, y se convirtió en el centro de mi mundo. Para mí, Frankie era algo más que un perro: era la criatura más importante de la Tierra.

Cuando conocí a mi novia Leslie, le hablé inmediatamente de Frankie y de nuestro vínculo especial. Ella pareció entenderlo y, a lo largo de los tres años que pasamos juntos, Frankie y ella desarrollaron una relación de confianza. Las cosas iban bien hasta que empezamos a hablar de irnos a vivir juntos.

Una tarde, mientras mirábamos anuncios de casas que podrían ser nuestro futuro -con niños, piscina y espacios de trabajo-, bromeé diciendo que Frankie sería nuestro bebé de prácticas. Ella se rió y luego, para mi sorpresa, afirmó seriamente que Frankie no podía venir con nosotros. Pensé que estaba bromeando, pero su rostro inexpresivo no dejó lugar a dudas.

La discusión que siguió duró varias horas. Me mantuve firme, negándome a dar marcha atrás en mi decisión sobre el lugar de Frankie en mi vida. «Mi perro me salvó, vendrá conmigo pase lo que pase», insistí, recalcando que nunca lo abandonaría. Se marchó enfadada y durante dos días hubo silencio entre nosotros.

Su ausencia me entristeció mucho, pero mi determinación permaneció inquebrantable. Frankie era mi roca, mi ángel peludo que me guiaba en mis días más oscuros. La idea de separarme de él para tener una relación me resultaba imposible. Era más que un perro, era una parte de mí, un símbolo de mi resistencia y mi renacimiento.

Me di cuenta de que cualquier relación futura tendría que incluir a Frankie, no como un mero complemento, sino como un pilar de mi vida. Mi vínculo con él era inquebrantable, un testimonio de nuestro viaje juntos, del sufrimiento a la curación. Esperaba que mi novia se diera cuenta de esto, que viera a Frankie no como un obstáculo para nuestro futuro, sino como un elemento que es la base de lo que soy.

A la espera de su llamada, pasé los días con Frankie, y cada momento reforzaba mi decisión. Cuando jugábamos en el jardín, pasábamos momentos tranquilos en el sofá o salíamos a pasear, recordaba lo mucho que habíamos superado. Frankie, con su único ojo y sus tres patas, me enseñó más sobre el amor, la lealtad y la resistencia de lo que podía imaginar.

Los días siguientes a la marcha de Leslie fueron un auténtico torbellino de dolor. Me mantuve firme, pero la idea de perder a alguien a quien quería tanto me destrozaba. Afortunadamente, Leslie sentía lo mismo. Después de casi una semana de silencio, finalmente me llamó, ofreciéndome intentar reparar nuestra relación. Le dije que Frankie no se iba a ir a ninguna parte, pero que echaba mucho de menos su ausencia.

Quedamos para tomar un café y me pareció que no había enfado alguno. Nos reímos, hablamos y al final vino a mi casa a cenar y a ver una película. El tema de mi perro pareció olvidarse y pasamos una semana maravillosa. Un mes después nos fuimos a vivir juntos.

Tres semanas después, cuando volví del trabajo, me horroricé al ver que Frankie no estaba. Lesley tampoco estaba en casa, y cuando volvió yo estaba fuera de mí, seguro de que lo había hecho ella.

¿Dónde está, Les?

Pensé que te sería más fácil despedirte si no eras tú quien se lo llevaba. Está en el orfanato. Lo siento, John, pero quiero hijos, y no quiero un perro tan grande cerca de ellos.

¡Te dije lo importante que es para mí! ¿Cómo pudiste hacer eso?

¿Realmente pensaste que dejaría a ese monstruo cerca de nuestros futuros hijos? ¡Tu feo perro o yo y nuestro futuro!

Esa fue la gota que colmó el vaso. Le dije que empacara sus cosas y se fuera de la casa. Todo estaba a mi nombre ya que yo ganaba más. Su marcha me aturdió y me enfureció y no volví a verla.

Corrí al refugio, con el corazón destrozado, donde me dijeron que Frankie había sido adoptada. Supliqué a la empleada, mi anhelo evidente en cada palabra, pero la confidencialidad le impidió darme detalles. Sólo cuando vio las lágrimas que rodaban por el frío suelo, susurró una mención a un parque que frecuentaba el nuevo dueño.

Esperé en aquel parque largo rato hasta que las vi, a Emma, una mujer cuya gracia delataba tristeza, y a Olivia, su hija, cuyos ojos me devolvieron la luz que había perdido… y he aquí que Frankie saltaba hacia mí, rebosante de alegría y amor, el mismo saludo que había sido mi salvación.

Emma me escuchó, contándome su lucha con sus pensamientos mientras miraba a Olivia, que encontró una luz en Frankie tras la pérdida de su padre. Emma compartió su historia, contándome cómo Frankie se convirtió en un pilar de su curación.

Le ofrecí una solución temporal pero necesaria que surgió de la comprensión mutua de la pérdida y la resiliencia: le llevaría Frankie a Olivia todos los días.

Así fue como nuestras vidas se entrelazaron. Las visitas diarias se convirtieron en cenas compartidas, que llevaron a pasar tiempo juntos, y poco a poco, Emma, Olivia y yo nos hicimos inseparables, con Frankie siempre a nuestro lado. Nuestro vínculo se fortaleció, curándonos de formas inesperadas, y el amor floreció en el terreno más increíble.

Finalmente, Emma y yo decidimos casarnos, y nuestra ceremonia reflejó el camino que nos trajo hasta aquí. La ceremonia celebró el amor, la vida y las segundas oportunidades. Olivia, radiante como dama de honor, roció la pasarela con pétalos, su risa sonaba como una melodía. Y Frankie, el fiel compañero y puente entre nuestros mundos, llevaba anillos en el collar, simbolizando el poder perdurable del amor y la conexión.

Mientras intercambiábamos votos, no pude evitar pensar en el espinoso camino que nos había traído hasta aquí. En un mundo que una vez me pareció tan oscuro, encontramos la luz en nosotros mismos, en Olivia y en Frankie, el perro que me salvó e, indirectamente, nos unió a todos.

Nuestros seres queridos nos rodeaban, con Frankie sentado orgullosamente a nuestro lado, y me di cuenta de que a veces las historias de amor más hermosas nacen de las circunstancias más inesperadas. Mientras caminábamos por el callejón, formando una nueva familia, con Marley al frente, me di cuenta de que a veces lo que perdemos no sólo no vuelve, sino que nos lleva exactamente adonde necesitamos estar.

Mi novia dejó a mi perro en el refugio mientras yo estaba en el trabajo y cuando fui a buscarlo, ya no estaba.
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